miércoles, 22 de enero de 2014

De la nada a Todasana

De la nada a Todasana
La tensión rutinaria, a veces, puede acumularse al punto de sentir que es necesario encontrar un tiempo para poder despejar la mente, y mejor si es cerca del mar
Era viernes 17 de enero, y la rapidez urbana, la inseguridad, y las responsabilidades, solo me hacían pensar en el típico sitio que se le ocurre a las personas que aman estar en contacto con la naturaleza: la playa.
Eran las 2 de la tarde, revisaba mi celular en busca de algún plan. Mientras manejaba a mi casa, después de visitar a un amigo muy cercano, sonó mi celular. Como buen conductor, dejé que la llamada pasara y cuando me estacioné, devolví la llamada. Como anillo al dedo, un amigo de infancia, me propuso un plan para irnos a la playa desde ese día a las 5:15 pm hasta el domingo, el destino era una casa en Todasana, sitio ubicado en la parroquia Caruao, estado Vargas, donde ya estaban otros amigos. Me dirigí al mercado más próximo y gaste 800 Bs. en comida, que fue poca, para no llegar con las manos vacías. A las 5 en punto, ya me estaban buscando.
El viaje en carretera pasó mientras hablábamos y escuchábamos reggae. Eran las 9:25 pm. y estábamos pasando ya por Todasana, lugar donde aplica el refrán “Pueblo chiquito, infierno grande”, todo el mundo se conocía y veían el carro pasar como si fuésemos unos extraterrestres. Un poco mas adelante del pueblo, llegamos a la entrada de la casa. Ahí quedé impresionado, estaba en medio de la naturaleza. En el patio todo estaba poblado de frondosas y coloridas plantas que indicaban el camino hasta donde pasaba un río. “Deja tus bolsas en la sala y sal de una vez”, me dijeron. Saludé, apagué mi celular, hice caso y salí ansioso.
El río era lo máximo, cada persona del grupo estaba sentada en una piedra mientras hablábamos. A las 11:20 pm. entramos a la casa, gracias al frío y a las cajas de cervezas, claro, y detallé que el piso era color rojo, las paredes amarillas y el techo verde claro, y me recordaban a la bandera Rastafari. Al día siguiente, en la mañana, fuimos a Playa Larga, de 400 metros de longitud y aguas claras y frías, y estuvimos todo el día ahí, entre cervezas, arena y música. Al llegar a la casa, casi a las 6:50 pm. solo tuve energías para cocinar, comer y luego ayudar a lavar los platos. Luego dormí en la sala como un bebé.

El domingo nos despertamos temprano, los pájaros cantaban y los mosquitos hacían de las suyas. Estuvimos en el río a las 9:00 am. y luego, a las 10, decidimos ir a la playa un rato. Ya las cervezas se habían acabado, solo teníamos agua y sobraban las ganas de quedarnos. A las 3:30 pm. nos devolvimos a casa. Ahí recordé que tenía celular, pero sin señal, por lo que todos decían: “Estamos en un retiro espiritual”. De vuelta, el carro ya iba con dos personas más. Todos queríamos quedarnos, pero estábamos felices porque habíamos disfrutado. Yo, personalmente, me sentía preparado para volver a la rutina.
Playa Larga, Todasana, edo. Vargas

jueves, 16 de enero de 2014

Simpatía a cambio de ventas

Simpatía a cambio de ventas
Trabajar en un mercado municipal vendiendo verduras y vegetales no solo significa el dar un producto para recibir dinero, sino también lidiar con todo un público de distintas condiciones

Son las seis de la mañana y Carlos Delgado ya estaba parado frente a la puerta del Mercado Municipal de Chacao, esperando a su socio que llegaría en cualquier momento en un camión con toda la mercancía. No habían pasado quince minutos cuando Carlos, lleno de energía, ya estaba acomodando su puesto de trabajo, el cilantro en su lugar, seguido de pepinos, cebollas, lechuga, apio y cebollín. Arregló velozmente porque sabía que los clientes llegarían más rápido de lo que pensaba.

Oficialmente se dio la primera venta del día. Su primer cliente, una señora de edad avanzada, agarró tres pepinos, por lo que Carlos dijo: “Son 30 bolívares”. La señora, sin disimulo alguno, exclamó sorprendida: “¿Qué? Todo está carísimo, no tiene explicación ni razón”, típica frase con la que muchos expresan sus quejas, y hasta terminan yéndose, como esa señora, sin comprar nada.

“Dame cuatro cebollas ahí, por favor”, exclamó un señor, de unos cincuenta años y con mala cara, mientras le decía a Carlos que solo tenía cincuenta bolívares en la cartera, y que no soportaba que su esposa lo mandara a comprar, cuando podía hacerlo ella. Solo reír y seguir la corriente, aunque no comparta dicha opinión, es lo que le queda a Carlos, que necesita ser simpático para que al día siguiente vuelvan a comprarle y no lo vean de mala manera. “Dígame usted, ¿no cree que este presidente debería estar bien lejos? Capaz en Cuba”, le preguntó una señora, de setenta años aproximadamente, con un bastón y una bata de dormir, mientras que Carlos resolvía cómo dividirse en dos: necesitaba atender a otra persona, pero también contestarle a la señora, mientras recibía cierta cantidad de dinero y daba el vuelto correspondiente.

Ya eran las 12:45 pm. Minutos antes, Carlos estuvo en la incomoda situación de no poder venderle apio, y lo último que le quedaba de cebollín, a un hombre que se acercó a pedir pero sin disponer de suficiente dinero, mientras le hablaba de la gestión del gobierno y nombraba a Hugo Chávez a cada instante y trataba de convencerlo de que le fiara en nombre de “La revolución”. Era la 1:45 pm. y ya prácticamente Carlos no tenía mercancía disponible, se agachó a contar su dinero mientras que una sonrisa se adueñaba de la expresión de su cara, había ganado más de lo que gastó en mercancía.


No es fácil trabajar de esta manera, el contacto con el público puede ser escaso, como puede ser intenso. Comparta o no lo que le dicen, a Carlos no le queda más que sonreír para caer bien a los clientes, ya que tiene un puesto fijo en el mercado. Y más difícil aún es tener que respirar hondo, como lo hace cada día de trabajo, cuando se quejan de los precios de los productos y terminan yéndose sin comprar nada.
El Mercado Municipal de Chaco en un día de actividad